martes, 12 de enero de 2016

La melancolía de Penélope



Ninguna Penélope ha tejido y destejido como Elvira,
mientras esperaba el alba de la muerte 
                                                                        José Asunción Silva

Corifeo: Cuando Eos, la de los dedos rosados, hija de la mañana se dejó contemplar, la bella Penélope hija de Icaro posada sobre el umbral de su balcón, apreciaba los primeros rayos de luz que brotaban detrás de la llanura. La claridad del alba dio paso al paisaje bélico que se extendía al rededor de su morada. El recuerdo  de Telémaco y Ulises la lleno de una profunda melancolía 

Penélope: ¡Oh, amados dioses! Para qué seguir contemplando a la hermosa  Eos y al grandísimo Helios, para qué el tiempo si la guerra me ha devorado como a un hijo de Cronos, grito mis lamentos a toda Ítaca rogando a Mnemosine el olvido de mi memoria, pues el recuerdo va destruyendo mi alma como el Águila que devasto las entrañas de Prometeo en los montes de Grecia. 

Corifeo: La vieja Nodriza Euriclea se acerca a Penélope al escuchar sus lamentos, llevando en sus manos las ropas de la madre de Ulises

Nodriza: -¡oh bella hija de Icario! La guerra junto con ker se ha llevado consigo a su primera víctima, Anticlea madre de Ulises, la nostalgia y el tiempo han asechado su cuerpo  ahora de ambulará en el Hades buscando entre los muertos a su amado hijo.

Penélope: Acercaos sin temor Euriclea y contemplad otra víctima de la guerra; la naturaleza, estas tierras han perdido su color tornándose infertil por la descomposición de millones de cuerpos. Después de veinte años de la partida de Ulises no acierto a comprender cómo los mortales olvidaron tan pronto los estrago de la guerra.

Corifeo: Un fuerte remolino de viento se aproximó lanzando a Penélope sobre el suelo y huyendo de pavor salió la Nodriza. 


Atenea:  Penélope los dioses hemos escuchado tus lamentos y sentido tu melancolía. He bajado hacia la tierra de los mortales en forma de Ave para posar mis garras en el umbral de tu balcón. No temas Penélope por mis grandes alas y mi filoso pico, no soy como aquellas aves negras que devoran  los cuerpos caídos en batalla. Estaré junto a ti para escudarte de las furiosas corrientes costeras que arañan el rostro de los mortales como ramas espinosas.

Corifeo: Un enorme silencio se extendió sobre el balcón de Penélope después de escuchar las palabras de Atenea. Es el silencio la sensación de lo vasto, el regocijo con la intimidad, el silencio se apodera del alma y Penélope dejar entrar así la noche a su balcón.

Penélope: El vasto Helios vuelve a caer sobre Ítaca, las antorchas iluminan una vez más el balcón y cuidan mi vigilia. Atenea desde aquí escucho cada noche los lamentos de las almas que bajan por el río Aqueronte, el río del dolor, el río de la guerra.  Cuando la oscura  ker venga a mis aposentos en búsqueda de mi alma, pediré a las mucamas en mi lecho de muerte arrojarmé a la tumba sin un Óbolo dentro de mi boca pues deseo vagar por entre los muertos buscando a Ulises y Telémaco mi hijo.

Atenea: Bella Penélope, Caronte reconocerá tu rostro y no dejará que vagues durante mucho tiempo. He sobrevolado los grandes ríos de Grecia y su aspecto es espectral: las gaviotas posan su busto sobre los cráneos  de guerreros y mástiles de viejas naves; los cuervos arrancan las vísceras de los hombres aún con vida. 

Penélope: No he vuelto a salir a las calles de Ítaca, he perdido el interés por el mundo, me he perdido a mí misma, la guerra ha esculpido el tiempo y la memoria. Ya no me queda más si no  dejar mi carne a las aves negras que penden sobre los altos arboles sin ramas  a la espera de mi muerte. 

Corifeo: Atenea extiende sus grandes alas emitiendo un feroz sonido que espanta a los cientos de cuervos, Penélope cae al suelo sobre el manto dorado que tejió durante tres años.

Penélope: Muchos hombres siguen a la espera de mis riquezas y castidad, he tejido y destejido durante varios años aquella manta para el viejo Laertes, hilos de oro  con puntadas de cruz para abrigarlo en su tumba. Pero decidí darlas de ofrenda a Artemisa y Afrodita cuando abandone la alcoba nupcial.

Atenea: Ahora descansa hija de Ícaro que yo vigilaré tus sueños


orifeo: Un  dulce sueño se extendió por los parpados de Penélope, invencible, semejante a la muerte, arrojandola sobre el manto de oro. 
He narrado a ustedes habitantes del inframundo, la melancolía de Penélope. Nuestro padre Poseidón nos ha enviado para atormentar el espíritu de Ulises y Telémaco que navegan aún por las turbias corrientes de la mar. 





Rudolph von Deutsch 



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