martes, 12 de enero de 2016

Diario de un librero: La librería Circe

 Dia 18 de Octubre
Durante treinta y cinco años el crepúsculo de cada día me atrapa con las dos toneladas de libros que descansan en la habitación, la luz  de los altos faroles entra sigilosamente  por los vidrios martillados de aquella pequeña ventana donde descansa mi fatigado cuerpo. Los visitantes llegan de todas partes del mundo, muchos de ellos malditos desde la primera letra escrita, las mutilaciones y la tinta derramada entre hojas reflejan el sufrimiento de su existencia. La imprenta en la que paso mis días se encuentra ubicada  en el sótano del edificio donde habito, la vieja estructura de madera guarda los recuerdos más íntimos de mi infancia y adolescencia.  

25 de octubre
Hace cinco años que realizo el absurdo ritual de fumar hasta el amanecer y antes de dormir me detengo a observar el viejo semanario donde aparece la fotografía de la librería Circe devorada en las llamas, el anunció dice: mujer polaca se quema dentro de una librería. 

Todo empezó durante la invasión Rusa a la república Checa, una tarde de verano toneladas de papel por devorar entraron a la imprenta, el hijo de mi jefe, Martin Grechko, hombre avariento y  vanidoso de unos años mayor que yo, había logrado un negocio con alguna de la muchas librerías que cerraban sus puertas en la ciudad. En las calles checas soldados del ejercito lanzaban  fuego cientos de libros que narraban la historia de la nación, los verdugos  rusos atemorizan a los ciudadanos forzándolos a sacar sus bibliotecas de casa y echarlas al olvido.
Sin embargo desde hace varios años he guardado celosamente  las grandes joyas literarias, estoy dispuesto a entregar mi vida por los libros ellos me han  acompañado en la soledad de mis años y en silencio se posan cada noche a mí alrededor esperando la entrada de los primeros destellos del amanecer. 
El día  de hoy  he subido varios ejemplares: entre ellos está el teatro de Henrik Ibsen; Las flores del mal de Baudelaire; Ana Karenina de Tolstói y varias ediciones del Zaratustra de Nietzsche.  

26 de Octubre
El señor Grechko ha llamado muy temprano a la puerta, ordenándome ir a cierta librería en el centro de Praga, me desgané porque los viajes largos los he odiado desde muy chico, pero no me negué.  Después  de dos o tres horas me encontraba  por fin en la plaza central, caminé por las calles principales  mientras los recuerdos se iban desbordando uno tras otro. La Praga  en la que nací estaba desapareciendo, su aspecto era abrumador: Tanques de guerra  invadían las calles junto a las constantes marchas en fila india del ejército rojo. 
Caminé lo bastante rápido  hasta llegar a la librería, al acércame  encontré a una mujer sentada afuera de la tienda, su rostro era pálido y delgado, tenía la mirada clavada en el suelo como separada del mundo. Tardé unos minutos en hablarle en los que ella noto mi presencia y se sonrojó. Al ponerse de pie me dio su nombre, María.  
Entramos a la librería y los anaqueles estaban ya vacíos, cientos de cajas ordenadas numéricamente  se extendían por el piso.  Revisé algunos libros y llamé  a  los camiones, en pocas horas la tienda se encontró desolada, María seguía allí junto a la puerta. Al salir se apodero de mi un alocado impulso y dije que guardaría todo por ella y me marché. 
Durante todo el día no dejé de cuestionarme  por lo que había dicho: fue realmente absurdo creer que guardaría todo por ella. Me encontraba intranquilo y  pedí a mi jefe salir más temprano, al entrar a la habitación abrí algunos espacios para guardar algunas cajas de la librería. Toda la noche no hice más que pensar en la Praga que desaparecía y en María. 
Las tres semanas siguientes fueron aterradoras no logré incorporarme a la rutina de mis días, empecé a sentir tanta repugnancia por los libros que ni siquiera deseaba tocarlos. Cierta madrugada de primavera, hastiado por la soledad cogí varias sabanas de la habitación y cubrí las muchas filas de libros y al finalizar me sentí rodeado por fantasmas. 
La vida ya no tenía significado, el peso de los años  empezaba a notarse en mi rostro y creí haber vivido tanto que deseaba terminar ya con este absurdo juego. La noche siguiente me  desperté de un insólito sueño en el que hacia parte de un gigantesco ajedrez: una voz a lo lejos nos ordenaba  los movimientos, saltar como caballo, correr como peón, cruzar el tablero como alfil. Al finalizar las fichas perdedoras se organizaban en filas y eran fusiladas una tras otra. Se iniciaba una nueva partida. 

30 Octubre
Terminé por dejar el oficio que heredé de mi padre y abuelo. La imprenta  fue el lugar en el que surgió el irracional amor por los libros. Todo el día estaba lleno de papel hasta la cabeza, con el particular olor de los años que encierran las obras en sus páginas; exhausto me lanzaba a descansar sobre las minas de papel sucio y empezaba a soñar con historias de caballería o ciudades de la antigua Persia. Aquellos fueron los días más  felices de mi vida, sin embargo ya no podía permanecer  en la imprenta. Me perturbaba la miserable vida a la que fui arrojado por los libros. Traté de explicarle al señor Grechko lo que me sucedía, pero este cerró la puerta en mi cara y gritó:¡gusano judio! 
El domingo al caer la tarde decidí salir a caminar por las calles  de la ciudad hasta la estación del tren. Me detuve a observar las tristes despedidas y los dulces reencuentros de los habitantes  de Trutnov mientras escuchaba salir de los parlantes  melodías disonantes de Dimitri Shostakovich. 
De regreso a casa compré algunas cosas de comer y el semanario anual  de la URSS. Al llegar a la habitación ordené algunas cosas en la cocina y me dispuse a ojear el periódico. Desconcertado quedé al ver la foto de María junto al anuncio: Mujer polaca se quemó  dentro de una librería. 


!8 de julio

Hace ya cinco años que  vivo a las afueras de la ciudad muy cerca de la estación. Trabajo limpiando los vagones y arrastrando maletas a cambio de algunas coronas checas. Han pasado varios días  de combate entre el ejército  y los rusos. Hoy cinco de enero la nación eliminó los últimos tanques invasores y, al caer el crepúsculo de la primavera praguense fui hasta la plaza y arrojé al olvido toda la biblioteca estuve allí hasta la media noche observando como el vaho del infierno devoraba enfurecido el lomo de los libros, aquellos que acunaron en sus hojas el llanto de mis ojos y la ceniza de la pipa. Al salir me perdí en la multitud  y encaminé un Éxodo hacia tierras desconocidas.





Waterhouse- 1911

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