Desde este lado de la calle junto al mural de Cristo te ama, cada mañana apoyo mi cansado cuerpo sobre la muralla y empiezo a tejer ciudades que me recuerdan el pasar de los días. Observo desde aquí a la demás gentes que pasan en la otra esquina de la acera, clavando sus ojos temerosos sobre cada uno de nosotros. Aquellos ojos interrogativos que se preguntan: ¿qué es lo que ha traído a estos hombres hasta aquí, a esta calle, fea, sucia, a esta trampa de la muerte?
Luego miro hacia el interior de la calle y veo en cada uno; sus andrajos, las llagas, la mentira y la miseria, y pienso: qué importancia tiene recordar las causas por las que arrojamos nuestras vidas a esta calle. Vivimos y somos los habitantes de esta ciudad.
Quien ha visitado
la ciudad de LadyStreet por primera vez no puede olvidarla jamás, y no es porque como en otras ciudades se
mantiene la sensación de estar habitando
un lugar fuera de lo común. Esta calle tiene la propiedad de permanecer
grabada en la memoria como una marca que se ha tatuado en la piel.
En ella habitan hombres de todas partes del país y
del mundo, sin embargo es difícil reconocerlos, aquí no existe
distinción de raza de género o edad. Cada uno deambula por igual; de arriba a abajo por cada una de las callejuelas que se extiende en esta
calle, atravesando las miles de carpas de venta y consumo, y con el sonido
constante de la música de rockola que no para de sonar durante el día y la
noche.
Calle del Bronx |
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