lunes, 25 de julio de 2016

LadyStreet


Desde este lado de la calle junto al mural de Cristo te ama, cada mañana apoyo mi cansado cuerpo sobre la muralla y empiezo a tejer ciudades que me recuerdan el pasar de los días. Observo desde aquí a la demás gentes  que pasan en la otra esquina de la acera, clavando  sus ojos temerosos sobre  cada uno de nosotros.  Aquellos ojos interrogativos que se preguntan: ¿qué es lo que ha traído a estos hombres  hasta aquí, a esta calle, fea, sucia, a esta trampa de la muerte?

Luego miro hacia el interior de la  calle y veo en cada uno; sus andrajos, las llagas, la mentira y la miseria, y pienso: qué importancia tiene recordar las causas por las que arrojamos nuestras vidas a esta calle. Vivimos y somos los habitantes de esta ciudad.

Quien  ha visitado la ciudad de LadyStreet por primera vez no puede olvidarla jamás,  y no es porque como en otras ciudades se mantiene la sensación de estar habitando  un lugar fuera de lo común. Esta calle tiene la propiedad de permanecer grabada en la memoria como una marca que se ha tatuado en la piel.

En ella habitan hombres de todas partes del país y del mundo, sin embargo es difícil reconocerlos, aquí no existe distinción  de raza  de género o edad. Cada uno deambula por igual; de arriba a abajo por cada una de las callejuelas que se extiende en esta calle, atravesando las miles de carpas de venta y consumo, y con el sonido constante de la música de rockola que no para de sonar durante el día y la noche.

Desde que llegué en los años 90, todo trascurre con la misma regularidad: la ciudad continúa creciendo desmedidamente  y el  misterio, la muerte y la locura sigue habitando en los recuerdos de esta calle.  Así se pasan los días en la ciudad de LadyStreet, en medio de hombres y mujeres que perdidos en el tiempo  construyen ciudades con las líneas de su pasado y exhaustos, con la melancolía corriendo en sus rostros,  se ponen a contemplar la ausencia de sí mismo.



Calle del Bronx 
                          


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